martes, 24 de enero de 2012

Fragmento de "Estudio en Escarlata" - Sir Arthur Conan Doyle

Yo creo que, originariamente, el cerebro de una persona es como un pequeño ático vacío en el que hay que meter el mobiliario que uno prefiera. Las gentes necias amontonan en ese ático toda la madera que encuentran a mano, y así resulta que no queda espacio en él para los conocimientos que podrían serles útiles, o, en el mejor de los casos, esos conocimientos se encuentran tan revueltos con otra montonera de cosas, que les resulta difícil dar con ellos. Pues bien: el artesano hábil tiene muchísimo cuidado con lo que mete en el ático del cerebro. Sólo admite en el mismo las herramientas que pueden ayudarle a realizar su labor; pero de éstas sí que tiene un gran surtido y lo guarda en el orden más perfecto. Es un error el creer que la pequeña habitación tiene paredes elásticas y que puede ensancharse indefinidamente. Créame llega un momento en que cada conocimiento nuevo que se agrega supone el olvido de algo que ya se conocía. Por consiguiente, es de la mayor importancia no dejar que los datos inútiles desplacen a los útiles. 

Fragmento de "Diez Negritos" - Agatha Christie

Diez negritos - AGATHA CHRISTIE
Diez negritos se fueron a cenar.
Uno de ellos se asfixió y quedaron
Nueve.
Nueve negritos trasnocharon mucho.
Uno de ellos no se pudo despertar y quedaron
Ocho.
Ocho negritos viajaron por el Devon.
Uno de ellos se escapó y quedaron
Siete.
Siete negritos cortaron leña con un hacha.
Uno se cortó en dos y quedaron
Seis.
Seis negritos jugaron con una avispa.
A uno de ellos le picó y quedaron
Cinco.
Cinco negritos estudiaron derecho.
Uno de ellos se doctoró y quedaron
Cuatro.
Cuatro negritos fueron a nadar.
Uno de ellos se ahogó y quedaron
Tres.
Tres negritos se pasearon por el Zoológico.
Un oso les atacó y quedaron
Dos.
Dos negritos se sentaron a tomar el sol.
Uno de ellos se quemó y quedó nada más que
Uno.
Un negrito se encontraba solo.
Y se ahorcó y no quedó...
¡Ninguno!

martes, 17 de enero de 2012

Frases de la saga "Canción de Hielo y Fuego" - George R.R. Martin

-”¿Un hombre puede ser valiente cuando tiene miedo?” (Bran Stark) 
-”Es el unico momento en que puede ser valiente, Bran” (Eddard Stark)


-”Nunca olvides qué eres porque desde luego el mundo no lo va a olvidar. Conviértelo en tu mejor arma, así nunca será tu punto débil”. (Tyrion Lannister)


 - Mi hermano tiene su espada, el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente. Pero una mente necesita de los libros igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. (Tyrion Lannister)


"El miedo hiere más que las espadas" (Syrio Forel)


"Silencioso como una sombra, ligero como una pluma" (Syrio Forel)


-"Primera lección. Tienes que clavarla por el extremo puntiagudo" (Jon Nieve a Arya, cuando le entrega la espada Aguja)


-”¿Cómo quieres morir, Tyrion, hijo de Tywin?” -”Viejo, en la cama, con la barriga llena, una copa de vino en la mano y la polla en la boca de una doncella” (Tyrion Lannister)


-Mi espada está a tu servicio -le dijo Bronn a Tyrion- pero no pienso ir por ahí hincando la rodilla en tierra y llamandote “mi señor” cada vez que te tiras un pedo.


-"Menos mal que mi hermano Stannis no está aquí. ¿Os acordáis de aquella vez que propuso prohibir los burdeles? El Rey le preguntó si no sería mejor prohibir también comer, cagar y respirar." (Renly Baratheon)


-Me dijistes que la matara. -No, te dije que hicieras lo que había que hacer. - Pero no la maté. - Si, y ahora ya te conozco mejor. - ¿Y si la hubiera matado? -Que estaria muerta, y tambien te conoceria mejor (Qhorin Mediamano a Jon Nieve)


Cersei Lannister: ¡No toleraré que diga que soy una prostituta! Tyrion Lannister: Vamos, hermana, en ningún momento ha insinuado que Jaime te pagara.


-Por mucho que se golpee el estaño, nadie lo puede transformar en hierro. Pero eso no quiere decir que el estaño no sirva de nada. (Samwell Tarly)


Valar morghulis. -Valar dohaeris.


-El pueblo llano, cuando reza, pide lluvia, hijos sanos y un verano que no acabe jamás. No les importa que los grandes señores jueguen a su juego de tronos, mientras a ellos los dejen en paz. Pero nunca los dejan en paz.


-"Viserys dice que, con diez mil aulladores dothrakis, podría barrer los siete reinos" -"Viserys no podría barrer ni un establo con diez mil escobas" (Daenerys Targaryen y Jorah Mormont)


-”Las sombras pueden matar. Y en ocasiones un hombre muy pequeño puede proyectar una sombra muy grande”.


“Si le cortas la lengua a un hombre, no demuestras que estuviera mintiendo: demuestras que no quieres que el mundo oiga lo que puede decir.”


Un hombre asustado es un hombre vencido. (Stannis Baratheon)


“-Un caballero es una espada a caballo. Lo demás, los juramentos, los ungüentos sagrados y las prendas de las damas no son más que cintas de seda en torno a una espada. Puede que la espada quedé mas bonita con los colgajos, pero mata exactamente igual. Pues por mí os podeis meter por el culo las cintas y las espadas. Soy igual que vosotros. La única diferencia es que yo no miento acerca de lo que soy. Así que matadme si queréis, pero no me llaméis asesino mientras os quédáis ahí y os decis unos a otros que vuestra mierda no huele.” (Sandor Clegane)

viernes, 13 de enero de 2012

Fragmento de "El Temor de un Hombre Sabio" - Patrick Rothfuss


El momento de contar historias por la noche había sido uno de los pocos en que podíamos sentarnos en grupo sin ponernos a discutir. Pero últimamente, ni siquiera en esas ocasiones nos librábamos de cierta tensión. Es más, los otros empezaban a depender de mí para la diversión nocturna. Con la esperanza de corregir esa tendencia, me pensé muy bien qué historia iba a contarles esa noche.
—Erase una vez un niño que nació en una pequeña aldea. Era perfecto, o eso creía su madre. Pero el niño poseía una peculiaridad: tenía un tornillo de oro en el ombligo del que solo asomaba la cabeza.
»Su madre se alegró mucho de que el niño tuviera todos los dedos de las manos y los pies. Pero cuando creció, el niño se dio cuenta de que no todo el mundo tenía tornillos en el ombligo, y mucho menos de oro. Preguntó a su madre para qué servía, pero ella no lo sabía. Luego se lo preguntó a su padre, pero su padre no lo sabía. Se lo preguntó a sus abuelos, pero ellos tampoco lo sabían.
»E1 niño se resignó, pero al cabo de un tiempo volvió a inquietarle aquel misterio. Al final, cuando fue lo bastante mayor, preparó su hatillo y se marchó de la aldea, con la esperanza de encontrar a alguien que supiera darle una respuesta.
»Fue de un lugar a otro preguntando a todos los que aseguraran saber algo sobre cualquier cosa. Preguntó a comadronas y fisiólogos, pero no tenían ni idea. El chico preguntó a arcanistas, caldereros y ancianos ermitaños que vivían en el bosque, pero nadie había visto nunca nada parecido.
»Fue a preguntar a los mercaderes ceáldimos, pensando que nadie entendía de oro tanto como ellos. Pero los mercaderes ceáldimos no lo sabían. Fue a preguntar a los arcanistas de la Universidad, pensando que nadie entendía de tornillos y su funcionamiento tanto como ellos. Pero los arcanistas no lo sabían. El chico siguió por el camino hasta la sierra de Borrasca y fue a preguntar a las hechiceras del Tahl, pero ninguna supo darle una respuesta.
»Fue a ver al rey de Vint, el rey más rico del mundo. Pero el rey no lo sabía. Fue a ver al emperador de Atur, pero el emperador, pese a todo su poder, no lo sabía. Fue a cada uno de los Pequeños Reinos, uno por uno, pero nadie supo darle ninguna explicación.
»Por último el chico fue a ver al gran rey de Modeg, el más sabio de todos los reyes del mundo. El gran rey examinó minuciosamente la cabeza del tornillo de oro que asomaba del ombligo del chico. Entonces el gran rey hizo una seña y su senescal le llevó una almohada de seda dorada. Sobre esa almohada había una caja de oro. El gran rey cogió una llave de oro que llevaba colgada del cuello, abrió la caja y dentro había un destornillador de oro.»E1 gran rey cogió el destornillador y pidió al chico que se acercara. Temblando de emoción, el chico obedeció. Entonces el gran rey cogió el destornillador de oro y se lo puso al chico en el ombligo.
Hice una pausa para beber un largo trago de agua. Notaba que tenía a mi pequeño público totalmente embelesado.
—Entonces el gran rey hizo girar con cuidado el tornillo de oro. Una vez: nada. Dos veces: nada. Cuando le dio la tercera vuelta, al chico se le cayó el trasero.
Todos se quedaron mirándome en silencio, atónitos.
—¿Qué?—preguntó Hespe, incrédula.
—Se le cayó el trasero —repetí con gesto imperturbable.
Hubo otro largo silencio. Todos me miraban. Se partió un tronco de la hoguera, y una brasa salió despedida hacia arriba.
—¿Y qué pasó? —preguntó por fin Hespe.
—Nada. Ya está. Acaba así.
—¿Qué? —volvió a decir, más alto—. ¿Qué clase de historia es esa?
Iba a contestar cuando Tempi rompió a reír. Y siguió riendo con unas sonoras y violentas carcajadas que lo dejaron sin aliento. Entonces yo también me eché a reír, en parte porque Tempi me contagiaba su risa, y en parte porque siempre la había considerado una historia extraña pero divertida.
Hespe adoptó una expresión peligrosa, como si temiera estar siendo el blanco de las bromas.
—No lo entiendo —dijo Dedan—. ¿Por qué...? —No terminó la frase.
—¿Volvieron a ponerle el trasero al chico? —preguntó Hespe.
—Eso no lo cuenta la historia —dije encogiendo los hombros.
Dedan gesticuló enérgicamente, con expresión de frustración.
—¿Qué sentido tiene?
—Yo creía que solo contábamos historias —dije con cara de inocente.
—¡Historias con un mínimo de coherencia! —dijo Dedan fulminándome con la mirada—. Historias con final. No historias en las que a un chico... —Sacudió la cabeza—. Esto es ridículo. Me voy a dormir. —Se fue a prepararse la cama. Hespe se levantó y se marchó también en otra dirección.
Sonreí, convencido de que ninguno de los dos volvería a insistir para que les contara más historias de las que yo quería contar.
Tempi también se levantó. Al pasar a mi lado, sonrió y me dio un abrazo. Un ciclo atrás, eso me habría sorprendido, pero ahora ya sabía que el contacto físico no era nada infrecuente entre los Adem.
Sin embargo, sí me sorprendió que me abrazara delante de los demás. Le devolví el abrazo lo mejor que pude, y noté que la risa todavía lo estremecía.
—Se le cayó el trasero —dijo en voz baja, y fue a acostarse.
Marten siguió a Tempi con la mirada; luego me lanzó a mí otra, larga y reflexiva.
—¿Dónde oíste esa historia? —me preguntó.
—Me la contó mi padre cuando era pequeño —contesté. Era la verdad.
—Una historia rara para contarle a un niño.
—Es que yo era un niño raro —dije—. Cuando me hice mayor, mi padre me confesó que se inventaba las historias para que me estuviera callado. Yo lo acribillaba a preguntas. No le daba tregua. Mi padre decía que la única forma de hacerme callar era plantearme algún acertijo. Pero yo siempre encontraba la solución, y mi padre se quedó sin acertijos.
Me encogí de hombros y empecé a prepararme la cama.
—Así que mi padre se inventaba historias que parecían acertijos y me preguntaba si entendía lo que significaban. —Sonreí con nostalgia—. Recuerdo que me pasé días y días pensando en aquel chico con el tornillo en el ombligo, tratando de averiguar qué sentido tenía la historia.
—Hacerle eso a un niño es una crueldad —dijo Marten frunciendo el entrecejo.
—¿Qué quieres decir? —pregunté, sorprendido.
—Engañarte para conseguir un poco de paz y tranquilidad. Eso está feo.
Me quedé descolocado.
—Mi padre no lo hacía con mala intención. A mí me gustaba. Así tenía algo en que pensar.
—Pero era absurdo. Era imposible.
—Absurdo no —objeté—. Las preguntas que no podemos contestar son las que más nos enseñan. Nos enseñan a pensar. Si le das a alguien una respuesta, lo único que obtiene es cierta información. Pero si le das una pregunta, él buscará sus propias respuestas.
Extendí mi manta en el suelo y doblé la raída capa del calderero para envolverme en ella.
—Así, cuando encuentre las respuestas, las valorará más. Cuanto más difícil es la pregunta, más difícil la búsqueda. Cuanto más difícil es la búsqueda, más aprendemos. 



Recuerda que todo hombre sabio teme tres cosas: la tormenta en el mar, la noche sin luna y la ira de un hombre amable.

miércoles, 11 de enero de 2012

Fragmento de "El Nombre del Viento" - Patrick Rothfuss


Quizá la mayor facultad que posee nuestra mente sea la capacidad de sobrellevar el dolor. El pensamiento clásico nos enseña las cuatro puertas de la mente, por las que cada uno pasa según sus necesidades.

La primera puerta es la puerta del sueño. El sueño nos ofrece un refugio del mundo y de todo su dolor. El sueño marca el paso del tiempo y nos proporciona distancia de las cosas que nos han hecho daño. Cuando una persona resulta herida, suele perder el conocimiento. Y cuando alguien recibe una noticia traumática, suele desvanecerse o desmayarse. Así es como la mente se protege del dolor: pasando por la primera puerta.

La segunda es la puerta del olvido. Algunas heridas son demasiado profundas para curarse, o para curarse deprisa. Además, muchos recuerdos son dolorosos, y no hay curación posible. El dicho de que "el tiempo lo cura todo" es falso. El tiempo cura la mayoría de las heridas. El resto están escondidas detrás de esa puerta.

La tercera es la puerta de la locura. A veces, la mente recibe un golpe tan brutal que se esconde en la demencia. Puede parecer que eso no sea beneficioso, pero lo es. A veces, la realidad es solo dolor, y para huir de ese dolor, la mente tiene que abandonar la realidad.

La última puerta es la de la muerte. El último recurso. Después de morir, nada puede hacernos daño, o eso nos han enseñado.

Después de que mataran a mi familia, me adentré en el bosque y dormí. El cuerpo me lo exigía, y mi mente utilizó la primera puerta para aliviar el dolor que me embargaba. La herida quedó cubierta hasta que llegara el momento propicio para la curación. Era un mecanismo de defensa; una buena parte de mi mente dejó de funcionar. Se apagó, por así decirlo.

Mientras mi mente dormía, gran parte de los detalles dolorosos del día anterior se escondieron detrás de la segunda puerta.
Empujé esos pensamientos y dejé que acumularan polvo en un rincón de mi mente que utilizaba poco. Soñé.  Poco a poco, la herida dejó de dolerme…

Me alejé de allí tan aprisa como pude. No sabía con certeza de qué huía, a menos que fuera de la gente. Esa era otra lección que había aprendido, quizá demasiado bien: la gente hacía daño.